No hay nadie más cicotímico que el muñeco de un semóforo.

RECOPILACIÓN DE MICROCHORRADAS

LA ASPIRADORA / 5 marzo 2016
No me pasa con nada más, con el amor quizá, pero entran otras implicaciones que no vienen al caso, como que necesitas la presencia física de al menos otro ser humano con el que tengas cierta complicidad para comentar las jugadas que pasan mientras están pasando. Y te mueres de la risa y eso es fantástico. La cosa es, volviendo al tema, que con la música pasa algo parecido. Tiene el poder de hacer de lo anodino algo épico. Reviste lo cotidiano de un halo excepcional. Por ejemplo, pasar la aspiradora por un manto infame de pelusas como puños puede convertirse en algo genial. Hay algo de gratificante en el exterminio de ácaros y pelufones los primeros diez minutos; máxime cuando lo haces a ritmo y creedme que lo intento. Pero estoy en el undécimo, suena una lenta y sólo quiero que se organicen, se alcen en armas y me succionen a mí. Y que me espere una jarra de cerveza helada al final del túnel y bromear mientras me la bebo sobre lo revoltosa que es la vida dentro de una aspiradora Taurus.

EN ESPERA / 27 enero 2016
Esas llamaditas a empresas en las que te ponen melodía de espera. La cosa empieza con un teclado suave y una base rítmica y agradable. Tú balanceas el cuerpo, chasqueas los dedos, sonríes porque la música te gusta, te dices que es cosa de un ratito y empiezas a acordarte paulatinamente de los ancestros del compositor. Después de diez minutos tienes completa a la filarmónica de Viena taladrándote el tímpano y quieres arrancarle los ojos al teleoperador, pero todo está bien. TRANQUILITO Y BIEN.

LA COORDINACIÓN / 4 diciembre 2015
Cada vez que alguien dice «coordinar la ropa» me imagino a una legión de camisetas, todas en fila, bailando zumba. Conjuntad, ¡por favor!

ANGELITOS NEGROS / 1 diciembre 2015
Caminando por la calle escucho una voz. Un negro tocando la guitarra en la plaza España canta como un ángel. Revoltillo de gente alrededor. Emoción en la mirada de algunos. Los que pasan se quitan los cascos y se quedan a escuchar. Otros deben de llevar rato a juzgar por la forma en que se sujetan el abrigo. Me acerco a la algarada para verlo mejor y darle algo. Cuando lo hago me doy cuenta. La que canta es Tracy Chapman en riguroso playback. Se lo digo y el tío me guiña un ojo. El euro se lo dejo, claro. Me encanta Tracy.

EL RETO / 11 noviembre 2015
He fregado el suelo, limpiado la cocina, voy a hacer un bizcocho de yogur, he puesto una lavadora y cuando llegue el momento, todo apunta a que la tenderé.

LA BODA Y SUS PREPARATIVOS / 18 septiembre 2015
Cositas fundamentales para la supervivencia que aprendí ayer: que el marsala es un color, no una especia; que los clutch no son cereales ni los palazzo están relacionados con los Uffizi ni un canotier es un puro con condimentos. Que la distancia probador-espejo, que costaría 5 segundos yendo descalza, son 40 minutos en grúa que es como te mueves cuando te calzas unas sandalias sobre las que podrías hacer surf, tú y la Kelly Family si os lo proponéis. Que si recuerdas ese vestido de Roberto Verino, ¡vete a por él! Que por el mismo precio se puede ser Norma Duval o Mama Cass Elliot o un flamenco rosa o todo a la vez. ¡Que hay que elegir! dignidad o plumas. Que me lo he pasado bien aunque empiezo a notarlo ahora que la penitencia ha terminado. Eso y que esta semana que viene os beatifican, hermanas. Si no lo hace Chanel, lo hago yo. Hasta la próxima aventura.

VIEJOS CONOCIDOS / 29 julio 2015
¿Qué imprescindible pregunta te formula alguien a quien no ves desde hace 14 años? ¿No lo sabes? ¡Imperdonable! Es ésta: «Raquel, ¿te haces mechas?»

PUBLICIDAD / 29 julio 2015
Me llama una amable señorita de seguros Santa Lucía para sugerirme que contrate una póliza todoterreno que al parecer cubre hasta que se me torre la comida. Escucho atentamente sujetándome el riñón y le pregunto con toda educación que cómo ha conseguido mi teléfono. Me contesta que formo parte de la lista «Robinson» (no es ese el de «siempre positivo»?) que gestiona Movistar y que acepté que se me enviaran todo tipo de notificaciones comerciales, así en general, to-do-ti-po y, entiendo yo, que también de todo el mundo que haya pagado por el acceso y uso. Flipo en colores con el dato entre otras cosas porque no tengo nada contratado con ellos. Ni con unos, ni con la otra. Pregunto que qué tengo que hacer para desuscribirme de una lista en la que no me he inscrito y hubiera necesitado un rollo de papel higiénico para apuntar todo el proceso. ¿Esto qué es?

HORA DE CENAR / 20 mayo 2015
Enciendo la tele. Aparece un cura versionando a Whitney Houston con cara de estreñido. Apago la tele.

AUTORRETRATO / 3 mayo 2015
Esta semana, amigos míos, he perdido un zapato, el bolso y el teléfono. Tras recuperar a los dos últimos, aún no sé cómo, a los pocos días puse una lavadora con mi iphone dentro. El pobre ya no sabía qué hacer para quitarse del medio. El centrifugado lo mató y nunca un cadáver olió mejor. Ahora no tengo whatsapp, ni Instagram, ni más agenda que una libreta amarilla, preciosa, de tapa dura y hojas blancas, ni más vida que la vida de verdad. La de mirarse a los ojos sin notificaciones ni alertas. Dios bendiga el medievo, a las zapatillas de 3 euros, a las madres, a los amigos extraordinarios y aLaVern Baker.

VIAJE A LA ALCARRIA DE UTEBO / 27 abril 2015
En Utebo los hijos se tienen de dos en dos, las hormigas levantan camiones cisterna, los gatos callejeros se reparten la comida y queda algo de ternura.

HAY QUE HACER DEPORTE / 7 marzo 2015
Hará un año aproximadamente me compré unas zapatillas negras de esas de moderna atlética. Me las he puesto tres veces porque me dolía extrañamente el pie derecho cada vez que les daba uso. Pensaba que era de ponérmelas poco. Hace unos días pude comprobar que el dolor no se debía a ninguna deformidad congénita. La zapatilla izquierda es un 37 y la derecha un 36. Ahora las llevo puestas. Feliz Navidad.

EL ABUELO IRREVERENTE / 24 enero 2015
Ser joven, señalándome a mí, es una ventaja. Ser viejo un privilegio. Un abuelo que no se cortaba un pelo, a otro sentado a su lado en el tranvía, esta mañana.

LAS DROGAS SON MALAS / 22 noviembre 2014
Una abuela a otra hace unos minutos: «es una droga que te la tomas y le comes la cabeza a la gente» (entiendo que le explicaba horrorizada los efectos de la droga caníbal 3 meses después del boom Ibiza) La otra: «¡eso ya lo hace la gente sin drogas! ¡mira a los de la sexta!»

LAS DROGAS SON MALAS II / 5 noviembre 2014
Mi padre, una de las personas a las que más quiero del planeta mundial, me recomienda privadamente que cambie mi foto de perfil porque parece que en ésta esté fumando crack. Voy a ver si me pego un tiro.

31 INVIERNOS / 5 noviembre 2014
Desmontando mitos. Las velas no calientan. Mientras escribo esto pienso en que en realidad depende de con quién las enciendas. En cualquier caso, la temperatura de mi hogar ronda los sesenta grados bajo cero. A quién/quiénes corresponda: Gracias por el invierno y los periodos de adaptación. Un placer.

CÓMO ESTÁ EL PAÍS / 10 octubre 2014
Medidas de control de la población actualmente en vigor:
1. Crisis.
2. Ébola.
3. La nueva normativa ciclista.
4. Comida preparada de El Árbol.

CRIATURITA/ 6 octubre 2014
«Hola hola, latonsito!» Sería un comentario entrañable si su locutora, una niñita china de 4 años, no lo estuviera diciendo en la cocina de la cafetería de sus amados padres.

CRIATURITA II / 28 septiembre 2014
«Qué te pasa, hija?» «No me gustan los animales con cuerpo de persona».
Por la acera de enfrente (a pie, bici=apocalipsis) iba un tío con una careta de cebra.

CANSANCIO / 19 septiembre 2014
Hay momentos en la vida de todo ser humano en los que las ojeras miden más que él. Éste es uno. Eso y que me niego a escribir pronombres demostrativos sin tilde.

SER AUTÓNOMO ES SENSACIONAL / 18 septiembre 2014
Hoy he enviado un correo electrónico a un sujeto que me debe pasta desde hace meses. Ocho, creo. El correo no sé si lo ha leído aunque me inclino a pensar que sí porque acto seguido ha tenido a bien agregarme a Google+. No ha respondido. Gracias.

EL PREMIO QUE TODOS QUIEREN / 13 septiembre 2014
He tendido. Tamaña acción merecía un chaparrón. Gracias.

AUTORRETRATO II / 14 agosto 2014
Tener que coger un autobús y cogerlo sólo es comparable al gozo de comprobar que llevas las llaves en el bolso cuando llegas a casa

AHÍ ESTABA ENAMORADA / 28 julio 2014
Cositas que he aprendido hoy: que es posible pillarle la pata a una mosca con un cuchillo. Que la palabra de un redactor se cobra a 2 céntimos de euro, que un gato puede auditar balances y acto seguido fantasear con la idea de precipitarse al vacío, que se puede vivir sin teléfono y que el negro me queda bien.

LAS NOTICIAS / 14 julio 2014
Kiko Rivera se ha depilado el pecho y el PSOE ya tiene secretario general. Ya podemos seguir con nuestras trepidantes vidas.

AUTORRETRATO III / 31 marzo 2014
Acabo de perder el bolso en mi propia casa. Todo ha vuelto a la normalidad.

COMERCIO EXTERIOR / 22 marzo 2014
Director de expediciones. Hasta hace cinco minutos para mí era un sujeto armado con cantimplora y prismáticos que planifica excursiones.

AUTORRETRATO III / 21 febrero 2014
Tengo a la lavadora con gastroenteritis.

MAGIA Y MISTERIO / 26 de enero 2014
Debe haber algún mensaje cifrado, un código, entre los hoteles viejos. Ninguno tiene nunca encendidas todas las luces del rótulo.

DESPEDIDA DE SOLTERA.-YO NO ME DESPIDO / 22 diciembre 2013
Hoy he visto un pene coronando una tarta que, sin exagerar, de haberle querido llegar a la cima habría tenido que coger un ascensor.

LAS REDES NOS VUELVEN GRISES (MUERTE DE MANDELA) / 6 diciembre 2013
Mandela. Mandelado de vainilla. Mandelina. Mandelafé y las flores azules. Mandelante y Mandetrás. Mandelado, también bien. Mamandela. Mandelacroix. IronMandela. Mandelas dan las toman. Más Mandela. Mande estará mi carro (doble homenaje). Charmandela. Mandelilla de cacahuete. Y de momento hasta aquí. Luego pillo una foto, una buena cita y pongo a Amy cantando el Free Nelson Mandela. Feliz viernes.

VIAJE A LANZAROTE / 3 agosto 2013
En unos días cogeré un avión. Para ir abriendo boca esta noche he soñado que perdía el vuelo. Lo hacia casi todo bien pero en el último momento alguien detectaba que tenía el DNI caducado y eso me dejaba fuera de combate. Al despertarme he podido comprobar que efectivamente así es y ahora que lo sé no descarto que no pueda seguir pasando. Continuemos para bingo.
—–
Sigo recibiendo correos de Ryanair sin ninguna mención al viaje de vuelta. En lo que va de mañana se me han caído del tendedor tres bragas y una camiseta que jamás recuperaré; no he visto cosa igual con los vecinos. Me quedan seis horas, dos lavadoras y una visita a casa de mis padres. Puede pasar de todo.

LA PALMADA EN LA ESPALDA / 23 mayo 2013
Pues veréis. Acabo de salir de dar clase. 35 personas aprox. Me he aprendido unos 20 nombres. Entre ellos Mariví. Una señora de unos 50 años y muy mala leche. Y Lorenzo. Un tipo fantástico que ha soltado un speech sobre las turbinas eléctricas y su impacto medioambiental combinado con el hecho de que en Japón (por lo visto) la gente come ratas. Él es artesano, trabaja la madera de boj y acumula una sabiduría de lo más insólita. Han sido tres horas. A buen ritmo. Al terminar, Mariví La Escéptica se me ha acercado y me ha dicho, clavándome los ojos, implacable, con el gesto fruncido: Creo que ésta ha sido la mejor ponencia sobre redes que he escuchado. Y he ido a muchas».
Cosas así alegran la vida.

EL FURBI / 17 marzo 2013
Tiene un escondite secreto, o eso cree ella, que abandona para acostarse en mi regazo cuando pongo música. Me mira, se aproxima, me roza con la cabeza y se deja caer con una complicidad tan apacible que me enamora. Nos gustan las mismas canciones. Tiene mil nombres. Es una compañera maravillosa.

Qué fascinantes son los gatos. – Deja de peinarme la tibia…

EL QUÉ / 23 de noviembre 2012
Qué nos diríamos de encontrarnos cara a cara con el que fuimos una vez.

CRÓNICAS DE INDEPENDENCIA / 22 de agosto 2012
Mi calidad de vida roza ya los límites del lujo puro. He conseguido que funcione el aire acondicionado, sólo había que encender un interruptor, el horno se lo toma con calma y ya calienta a 170º (si quiero más sólo tengo que abrir la puerta y dejar que se ponga a temperatura ambiente); de momento, no se ha desprendido la jardinera y por lo tanto no me he cobrado cientos de inocentes vidas humanas y he conseguido arreglar el wc cortando parte del suministro de agua (tranquilos, tengo otro baño). Esto va viento en popa. Además mi nevera enfría kilos y kilos de emmental. En fin, qué más puedo pedir.

DESPUÉS DEL DESAMOR / 22 julio 2012
Aunque todo se desmorone nunca nos había visto tan erguidos.

DESAMOR / 11 diciembre 2011
Una día estás en lo alto de una montaña y un instante después te hallas en el más profundo de los abismos. Y no te has movido. Son otros los que retiran la colina como si de un mantel se tratara. Dejando huérfanos los platos.

LA VIDA / 27 octubre 2011

…Y de repente, aparece una extraña sensación, parecida a la certeza, al convencimiento absoluto, de que no importa qué pase ni cómo se desarrolle. Una se llena los pulmones de aire. Y respira. Y sonríe.

 

Margot

El día que Julián le dijo que no la amaba, ella estaba depilándose las piernas. Hacía tiempo que Margot había dejado de hacerlo con cera, le salían manchas y unos puntitos rojos que la hacían parecer un árbol de Navidad durante días.

Margot hizo como que no lo oía. «No te importa, ¿verdad? Hace tiempo que dejé de quererte. No puedo seguir con esto. Lo siento.» Ella subió la velocidad de la Silk-épil del 2 al 3. Imaginó sus piernas como un circuito de Fórmula 1 y se concentró en el sonido del Ferrari que las recorría haciendo saltar por los aires el vello y la gravilla. Julián dio un portazo y ella abrió el bote de Nivea azul.

Margot sí lo quería a él. Durante los casi 23 años que había permanecido a su lado no había dejado de hacerlo. Ni siquiera cuando lo encontró en la cama con esa mujer morena. Salió antes de la oficina, compró comida japonesa en su restaurante favorito y corrió a casa para darle una sorpresa. Julián estaba enfrascado en su última novela y hacía semanas que no tenían una conversación de verdad. Lo que se encontró allí es que Julián sí que hablaba, sólo que de una forma ligeramente más primitiva de que lo que ella hubiera esperado y que además lo hacía con otra. Cuando los encontró, envueltos en las sábanas de Zara Home que había comprado la semana anterior, se quedó inmóvil. Dejó el sushi y la sopa de miso sobre la mesa de la cocina y se marchó. Esa noche hizo pastel de merluza para cenar. Julián no abrió la boca. Margot recogió los platos. Él la besó en el cuello y ella le cogió la mano. «Está bien» musitó, «no pasa nada». Julián se fue a la cama. A Margot le costó conciliar el sueño. Ninguno volvió a sacar el tema.

Esa noche se instaló entre ellos un silencio que tardarían meses en romper. Porque por fin, esa tarde, Julián lo había hecho. «Ya no te amo» había dicho. Y sus palabras la desgarraron por dentro. Se lavó la cara, se miró en el espejo y se fue la cocina. Sacó un lomo de merluza del congelador. Batió los huevos. Encendió el horno. Preparó la mayonesa. Terminó de hacer la cena y se sentó a esperar.

Julián llegó a eso de las 21h. Dejó las llaves sobre la mesita de la entrada y rompió a llorar. Lo hizo bajito para que Margot no lo oyera. La mesa estaba puesta. Dos copas de vino blanco sobre el mantel de hilo, la vajilla buena y el pastel de merluza entre dos platos aún vacíos. Margot se había puesto su vestido rojo. Ese con el que Julián le había hecho el amor tantas veces. ¿Brindamos? El se bebió su copa de un trago, bajó la vista y se sentó a cenar. No probó bocado. «Esta vez me ha salido riquísimo». Margot blandió nuevamente su tenedor hundiéndolo en la carne blanda del pescado y se llevó a la boca otro trozo de pastel. No hubo respuesta. Tampoco la esperó.

Cuando terminó su cena, Margot apoyó sus dedos en el cuello de Julián. Estaba frío. E inmóvil. Lo dejó en el comedor y se fue a la cama.

Esa noche ambos durmieron como nunca.

Matías Gómez Clavel

Todavía estamos vivos

Matías cogió el abrigo marrón que colgaba de la tercera percha del armario. Se lo encajó en los hombros con delicadeza y rehusó mirarse en el espejo que había al lado de la puerta de su casa. Se peinó con los dedos y se fue a Hacienda. Buscó su silla de siempre: la tercera por la izquierda, junto al ascensor; colocó cuidadosamente el abrigo sobre sus rodillas, se quitó el sombrero, el fular y se sentó a mirar.

Una treintena de espectros se amontonaban en Información General. Seis carros de bebés en Censos y Certificados. Una pila de impresos sobre un cajón beige. Un silencio sepulcral. Un número en una pantalla y una funcionaria con presbicia avisan del siguiente turno. ¿Lo llevas tú? Alguien enarca las cejas buscando la aprobación ajena. Los espectros se comunican telepáticamente. Una cabeza niega, otra asiente, una tercera se aparta y cede el paso. Más silencio. Es curioso cómo en Hacienda ni los bebés lloran. Siguiente. Lo siento. Las dos. La funcionaria cierra la ventanilla y Matías se levanta.

De camino a la salida un hombre se desplomó a su lado. Murió en el acto.

Unos cuantos zombis, los más dispuestos, corrieron a socorrer al muerto. Matías no se inmutó y tampoco le sorprendió la ironía. Se fue caminando a casa con un único pensamiento en la cabeza. Cuando llegó se quitó el sombrero y el fular, colgó el abrigo marrón de la tercera percha del armario, se sentó en el sofá y encendió la televisión. Por qué a mí nunca me pasa nada.

A la mañana siguiente, en Hacienda de la calle Albareda, se escuchó llorar a un niño.

El idiota.

El día que Juan se enamoró lo recuerda como el mejor de su vida. Se quedó parcialmente ciego. Y medio tonto. Pero jamás se había sentido tan feliz. Le costaba horrores mantener una conversación más o menos normal e hilar más de tres palabras seguidas, un esfuerzo inenarrable. Esbozaba un Hola, qué tal por toda incursión lingüística y cedía rápidamente el turno de palabra. Adoptó un rol pasivo: si no podía hablar, podía fingir que escuchaba. Pero todos sabían que la cabeza de Juan estaba a cientos de kilómetros de distancia de las jarras de cerveza que sostenían sus amigos. A estos les importaba poco. La tontería se iría igual que había llegado. O en eso confiaban.

En su ceguera selectiva Juan sólo veía larguísimas piernas, pechos redondos y firmes, ojos arrebatadores y una boca que sólo quería besar; donde había aceras, señales de tráfico y carreteras. Juan se convirtió sin pretenderlo en un peligro para el orden público. En su nube fue el causante de un par de accidentes entre ciclistas y de la fractura de cadera de una anciana que bajaba a comprar el pan. Le sorprendieron las ambulancias y el ruido repentino, pero cerraba los ojos y ahí estaba ese olor y esa cascada de rizos castaños cayendo sobre unos hombros desnudos. No se enteró cuando le tomaron declaración y no recuerda si esa noche durmió o no en su cama. La anciana no denunció y los policías decidieron dejarle por imposible.

Juan se había convertido en un idiota. Pero estaba enamorado.

Lo que por aquel entonces no sabía es que se había enamorado de una yegua.

Y cuando lo descubrió era tarde. Juan la quería. Y la bestia lo quería a él.

Así que un buen día Juan y la yegua se fueron galopando por las calles que casi le cuestan la vida a tres personas.

No sabemos de él desde hace años.

Pero ayer recibí una postal desde Texas.

Hola qué tal, rezaba.

Sigue siendo el mismo idiota de siempre.

El hombre invisible.

Estaba parado enfrente de una tienda de frutos secos. A media tarde un día entre semana. Erguido y bien vestido. Pelo cano, chaqueta verde y pantalones camel. Planchados y limpios. Al principio pensé que esperaba a alguien pero la gente entraba y salía y él seguía ahí. Después le vi el brazo extendido y la palma de la mano abierta, ofreciéndola a quién se cruzaba con él.

Veinte minutos más tarde y algunas monedas, una cría de unos seis años soltó la mano de su madre, dio un par de brincos con su abrigo rojo, sorteó el sombrero que él tenía a los pies, lo cogió de la suya y se lo llevó con ellas.

El sombrero siguió allí.

Con lo que había dentro alguien compró gominolas.

Si las cosas fueran como planeo.

Si las cosas fueran como planeo, ahora tendría un aspa de molino moviéndose frente a mí para que dejaran de caerme gotas de sudor por el cuello. Tendría un aspirador todoterreno que se llevara los pelos de mi gata para que no fuera mi pantalón el que lo hiciera. Tendría un cuadro en la pared que me gustara mirar desde la cama. Tendría maña, como para hacer agujeros con taladros cada vez que me viniera en gana. Tendría tu sonrisa pícara todas las mañanas. Tendría paz. Tendría calma.

Si las cosas fueran como planeo no tendría calor, ni las paredes desnudas, ni la casa hecha un desastre.

No tendría la música alta, no tendría a la gata mirándome entre sueños mientras escribo, no tendría una amiga que me invitara a comer, no estaría lloviendo en julio, no tronaría, no sería una sorpresa lo que haré esta tarde, no me llamaría mi hermana para contarme cualquier cosa, no adornarían ahora mi mesilla dos flores que encontré ayer. No me reiría con chorradas. No me habría despertado contenta porque he tenido un buen sueño. No saldría de su letargo mi gata para venir a hacerme mimos y maullarme raro para que le devuelva las caricias. No estaría acostada entre mis piernas. No frotaría su carita contra la mía. Ni me bailarían sus patitas en el pecho. No habría empezado a morderme el pie… Ni sonaría esta canción. Ni echaría de menos echar de menos.

Por eso se me da mal hacer planes. Porque en la improvisación es donde encuentro el encanto. Porque me gusta pensar que juego bien lo que viene. Porque estoy agradecida. Y porque aunque me queje, la historia es mucho mejor cuando no te la sabes.

Crónicas marcianas

Hace un par de días me abrí la cabeza con el pico de una ventana. Me levanté de la cama con un brío inusitado y antes de darme cuenta se había hincado en mi frente parte del mobiliario. Ante tamaña sorpresa reaccioné bien. Me entró la risa. Hasta los vecinos oyeron las carcajadas. Ésta se tornó en terror cuando me vi las manos y un chorro de sangre resbalando hasta la barbilla.

Me miré en el espejo y decidí tomármelo con calma. Tampoco era para tanto. Fui al baño, abrí el grifo de agua fría y con una parsimonia encomiable empecé a limpiar la herida con cuidado de que no asomara por la rendija el bulbo raquídeo. En cuestión de 45 segundos me había convertido en un monstruo. Pero aún conservaba el sentido del humor.

A la mañana siguiente la situación se había complicado un poco. Por el abismo de mi frente asomaba una segunda cabeza. Más irregular, más morada y casi tan grande como la original. La cosa se mantuvo firme hasta mediados de tarde, cuando el segundo cráneo decidió escurrirse como una morrena hasta el ojo izquierdo. El monstruo del día anterior era un osito de peluche comparado con esto.

Ahora empiezo a recuperar la forma humana. Me queda un triángulo muy Harry Potter de recuerdo. Y tampoco estoy tan fea, que me preocupaba.

Hay maneras y maneras. Y al parecer ésta debe ser la mía para no perder la magia.

La bicefalia tiene su encanto.

Sed

Lo siento, yo es que no sé trabajar bajo presión.

Y se planta frente a ella. Aparta con solemnidad los papeles. Mira al suelo. Se le humedecen los ojos. Se culpa, se agobia y se va.

Y esperará en la calma de su casa recogida y limpia poder planificar los próximos 30 años de su vida.

Como si existieran.

Como el billar

Como el billar. Una bola blanca esperando. Una no sabe por dónde llegará el golpe, ni controla el taco, ni la intensidad, ni la dirección, ni la compañía, ni el sentido. El toque te mueve. Te reúne con otras bolas a las que rozarás más o menos, otras de las que pasarás de largo y algunas con las que decidirás quedarte un tiempo. A todas se nos tragará el mismo agujero. Y allí, lejos de los focos y la tela verde, los guantes, las fundas, la tiza… la bola blanca buscará a la negra, la última, para quedarse con ella, hasta que alguien decida jugar de nuevo.

El sociópata.

Tengo un armario secreto en el salón, detrás de un aparador inofensivo que parapeta lo que guardo dentro. Nadie sabe lo que escondo y ese secreto íntimo me produce un placer casi físico.

Decir que juego resulta inocente. Lo saboreo, lo disfruto, me recreo.

Provoco que las visitas se detengan en ese punto, que contemplen las fotos que se levantan sobre la madera lijada y blanca salpicando de anécdotas falsas la pared. Logro que las admiren y me pregunten. Dejo que pasen unos segundos después. Y entonces los atrapo y hago míos dejando que sean ellos los que creen que lo eligen. El confiar en mí, el empezar a quererme ahí. El abandonarse.

Ninguna foto es demasiado personal, tengo cuidado al escogerlas. Retratos más o menos típicos de momentos que podrían formar parte del imaginario vital de cualquiera. Anaranjados amaneceres, árboles nevados, un aula vacía o un par de maletas rojas junto a unas botas gastadas en una habitación de hotel. Es lo que cuento de ellas lo que las hace especiales y siempre es distinto, así que mantener el personaje me exige un esfuerzo doble. Debo centrar su atención en mí y desviarla de lo que importa.

Me excita esa presión autoimpuesta y la posibilidad remota de que alguien desconfíe, investigue y me vea. El cómo soy de verdad. Estudio quién conoce a quién, quién sabrá qué y relaciono y separo y mido y construyo para que la historia siga su curso. Inocente, divertida, romántica, evocadora,espontánea, apasionada, triste o cautivadora, según quién la escuche, en qué momento y la reacción que espero me proporcionen.

Contar la misma historia sería aburrido; de este modo, mantengo mi mente ágil, mi espíritu alerta y a salvo al personaje. Sé quién soy y lo que hago. Lo que quiero, quién me lo dará y cuánto tardaré en obtenerlo, lo demás importa poco. Importan las sonrisas bobaliconas, la caricia robada, la risa cómplice, el gesto tierno, el beso, el abrazo o la confesión.

Importan ellos no por lo que son sino por lo que son capaces de darme.

Y así ha sido siempre… Salvo un par de veces que no se repetirán. Porque guardo en un frasco de cristal sus corazones pequeños y secos, exprimidos y vacíos, expuestos en el interior de un armario camuflado en el salón.